Somos pedacitos de estrellas muertas, nacidas para brillar con otras luces, que el amor y el dolor encienden.
Introducción — Un hilo que reúne lo cósmico y lo interior
Este escrito invita a recorrer, desde la perspectiva sistémica de Casa Calma, el camino que une las dimensiones más vastas del universo con los aspectos más sutiles y abstractos de la existencia humana. La vida se comprende aquí como una compleja red de relaciones entre elementos interconectados e interdependientes, que co-regulan sus partes en distintos niveles: el universo, la Tierra, los sistemas vivos, las células, el tejido humano y el trasfondo psíquico conocido como inconsciente colectivo.
1. Macrocosmos vivo: De polvo de estrellas a la vida
El universo que habitamos no es simplemente una suma de objetos, sino una trama dinámica de procesos. En la galaxia que nos contiene, la Vía Láctea —una entre miles de millones—, hay a su vez innumerables “soles” en diferentes etapas de su existencia. Las estrellas nacen en nubes de gas y polvo, como en la constelación de Orión, brillan y, al morir, explotan y esparcen elementos químicos en el espacio. Estos elementos, forjados en antiguas supernovas, darán origen a nuevos soles, planetas y, en ciertos lugares, a la vida misma.
Toda forma de vida comparte esa herencia: estamos hechos de los mismos elementos que alguna vez formaron parte de estrellas extintas. El oxígeno que respiramos y el carbono de nuestro cuerpo nacieron en estrellas que luego explotaron, como Betelgeuse, hace millones de años. Así, una galaxia se parece a un jardín cósmico donde florecen y desaparecen estrellas y muy posiblemente seres vivos con ellas, como se desprende de la “ecuación de Drake”, la cual predice la posibilidad de vida en el universo.
Como bien dijo Sagan, “estamos hechos de polvo de estrellas”, y como recordó el jefe Seattle, “todos compartimos el mismo aliento”. En última instancia, podemos decir que somos una forma en la que el cosmos se conoce a sí mismo.
2. La Tierra como totalidad con vitalidad: Gaia respira
Al enfocar nuestra mirada, la Tierra emerge como un sistema que se autorregula. La hipótesis Gaia la concibe como una totalidad dinámica, donde la atmósfera, los océanos, el clima y la biosfera se ajustan mutuamente para crear y mantener condiciones propicias para la vida. Pertenecer a esta “fisiología planetaria” implica asumir una ética concreta: cuidar los ciclos naturales que, a su vez, cuidan y sostienen nuestra existencia.
3. Sistemas vivos y células: Membranas que dialogan
En los seres vivos, la organización se da en redes. Cada organismo se autoproduce y mantiene su identidad en constante intercambio con el entorno, fenómeno que Maturana y Varela denominaron autopoiesis. La célula, lejos de aislarse, distingue su contexto a través de la membrana, que permite el contacto y la integración de lo necesario, devolviendo al entorno lo transformado en su metabolismo. La nutrición ocurre en relación. Así, la vida se define por la calidad de las relaciones y no únicamente por la suma de sus componentes.
4. Tejido humano: Redes que cuidan
En el plano humano, la vida cotidiana también se sostiene en tramas: familias, comunidades e instituciones. Los sistemas humanos prosperan cuando circulan el reconocimiento y existen límites claros. Por ejemplo, cuando una persona se siente escuchada y valorada en su entorno, el “hilo” del reconocimiento fortalece la red de relaciones. En cambio, el miedo, la desconfianza y el aislamiento pueden debilitar esos lazos, afectando la resiliencia de la red y manifestándose en soledad, vacío emocional o dificultades para atravesar crisis colectivas.
Como expresa la voz ancestral atribuida al jefe Seattle: “Todo está conectado como la sangre que une a una familia… El hombre no tejió la red de la vida; es solo una hebra. Lo que hace a la trama, a sí mismo se lo hace”. Aunque la atribución es debatida, el mensaje sintetiza una ética fundamental: pertenecer conlleva responsabilidad, y dañar el tejido común es dañarnos a nosotros mismos.
5. Un puente hacia lo psíquico profundo: inconsciente colectivo
Así como existe una matriz relacional que sostiene la vida exterior, también hay un trasfondo psíquico compartido. Jung denominó a este fondo el “inconsciente colectivo”, compuesto por patrones universales —arquetipos— que organizan la psiquis humana en su contexto, los cuales emergen en sueños, mitos, obras, vínculos, patrones de relación. No se trata de ideas, sino de una realidad viva que nos atraviesa y sostiene el comportamiento de todos los seres humanos.
La gran alma: órdenes del amor
La perspectiva sistémica de las constelaciones familiares nos habla de un campo de pertenencia mayor —la gran alma—, que obedece a órdenes del amor: pertenencia, jerarquía y equilibrio entre dar y tomar. Cuando estos órdenes se alteran, surgen síntomas en miembros de la familia o comunidad, o destinos difíciles, interpretados como intentos de restauración de ese orden. Cuidar la trama es cuidar esos órdenes del amor.
“El amor necesita orden”, afirmaba Hellinger, porque el bienestar del sistema depende del respeto a estos principios.
El todo en la perspectiva gestáltica
La psicología y la terapia Gestalt recuerdan que el todo es más que la suma de las partes y que percibimos configuraciones con sentido propio. El énfasis está en el aquí y ahora, el contacto en el campo relacional, la responsabilidad y la autorregulación con uno mismo y con el campo al cual pertenecemos.
Todas estas miradas confluyen en una intuición esencial: la vida es, ante todo, campo y relación.
La tarea del psicoterapeuta — Contribuir a cuidar la trama, cuidar el Alma del Mundo
Si la vida es un tejido, el oficio terapéutico consiste en favorecer la circulación vital: reconocer, poner límites claros, restituir pertenencias, amplificar símbolos orientadores en lo individual y en lo comunitario, habilitar experiencias de contacto nutritivo tanto en los sistemas íntimos como en relación con la naturaleza. Trabajar con el campo —ecológico, relacional y simbólico— es una forma de cuidar la totalidad, dentro y fuera de nosotros.
Nota
Sobre la “carta del Jefe Seattle (1854)”: su atribución es debatida y existen diversas versiones. Se cita aquí como tradición cultural y síntesis ética ampliamente difundida.
Referencias bibliográficas
Capra, F. (1996). La trama de la vida. Barcelona, España: Anagrama.
Hellinger, B. (2001). Órdenes del amor. Barcelona, España: Herder.
Hellinger, B. (2004). Los órdenes de la ayuda. Barcelona, España: Herder.
Jung, C. G. (2002). Los arquetipos y lo inconsciente colectivo (Obras completas, Vol. 9/1). Madrid, España: Trotta. (Trabajo original publicado en 1959).
Jung, C. G. (1964). El hombre y sus símbolos. Barcelona, España: Paidós.
Koffka, K. (1935). Principles of Gestalt Psychology. New York, NY: Harcourt.
Margulis, L. (1998). Symbiotic Planet. London, UK: Weidenfeld & Nicolson.
Maturana, H., & Varela, F. (1990). El árbol del conocimiento. Santiago, Chile: Editorial Universitaria.
Perls, F. (1992). Sueños y existencia (ed. esp.; obra original 1969). Barcelona, España: Cuatro Vientos.
Polster, E., & Polster, M. (1973). Terapia gestáltica integrada. Barcelona, España: Herder.
Sagan, C. (1980). Cosmos. New York, NY: Random House.
Wertheimer, M. (1938). Laws of organization in perceptual forms. In W. D. Ellis (Ed.), A Source Book of Gestalt Psychology (pp. 71–88). London, UK: Routledge & Kegan Paul.
7 de noviembre de 2025 · Autor: Prof.Mag. Nelson Pérez Colev