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Sentir la vida y la necesidad de otros
La vida es “el regalo” fundamental que se expresa en el compartir. Y, en general, no nos alcanza la vida para la gratitud y la celebración por esta oportunidad. Si observamos, los momentos más importantes que recordamos de nuestra vida, involucran relaciones que implican transacciones a través de dar y recibir. En ellas, cuando interactuamos, experimentamos: seguridad, fascinación, miedo, placer, dolor, decepción, alegría, tristeza, amor y tantas sensaciones, emociones y sentimientos característicos de la condición humana. Esto es parte fundamental de la vida, pues nos reasegura a nivel corporal, emocional, psicológico, existencial y espiritual.
Vivimos en una trama de relaciones en la que ocurre y se sostiene la vida. La participación en esta trama, en la que hay distintos planos de consciencia, es inevitable. En un plano más profundo, no tan accesible a la conciencia cotidiana, se despliegan aspectos fundamentales de la vida. Se trata de lo que Jung llama “inconsciente colectivo”, donde se encuentran todas las potencialidades del ser humano, comunes a toda la humanidad, que Jung llamó “arquetipos”. A este plano más profundo Hellinger lo llama “Gran Alma”, a la que todos, vivos o no, inconscientemente pertenecemos.
Este plano no está regido por la moralidad acerca de lo que es bueno o malo, ni por el tiempo. En este plano hay una finalidad que nos abarca a todos los que vivimos en el presente y a nuestros ancestros: el sostén de la vida. Tiene leyes y principios que pautan un buen orden para que, en las relaciones de los sistemas a los que pertenecemos (pareja, familia, comunidad, humanidad toda), haya bienestar y amor.
En las relaciones humanas íntimas y compasivas es donde mejor se desarrolla y fluye el bienestar y el amor. Esto implica la satisfacción, en tiempo y forma, de las necesidades profundas, arquetípicas del ser humano, que requieren interacciones y transacciones con otros a través de dar y recibir. Sin ellas, por ejemplo, un niño (en situación de guerra, descuido social o familiar) crece con menos posibilidades de desarrollar plenamente su potencial de vida. O un adulto, (como está comprobado científicamente) muere antes, por falta de vitalidad.
Parte de la naturaleza humana es el apego a otros que ayudan a nuestro crecimiento a lo largo de toda la vida. Y luego, desde el apego, desde el dar y nutrir, contribuimos a que otros se desarrollen. Como cuando somos padres, o docentes, o prestamos algún servicio que sostiene distintos aspectos de la trama de la vida, desde lo que somos y hacemos. La conciencia humana evoluciona, desde las primeras interacciones centradas en nosotros mismos, como ocurre en el bebé, hacia la interacción y retroalimentación consciente con otros y con la naturaleza. Y continúa evolucionando hacia la conciencia de totalidad, donde nos sentimos parte de un todo interdependiente, en el que todos somos importantes para un mejor desarrollo de ese todo. En esta consciencia sentimos que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos.
Sin embargo, ¿cuánta conciencia tenemos de la necesidad de otros? No es común que experimentemos esa consciencia. Paradójicamente, uno de los males que más rápidamente se expande en la humanidad en el presente, a nivel mundial, es la experiencia de soledad, el desánimo y el cansancio, la dificultad para sentir la vida, y el amor que nos liga a ella. Esto, en términos psicológicos, se vincula a la depresión, en la que, una de las dificultades principales, es el sentimiento y la sensación de estar vivos. ¿Qué es lo que dificulta esto? En adelante profundizaremos en este paradójico fenómeno.
Qué haya paz y calma en el presente de tu vida.
Prof. Mag. Nelson Pérez Colev
Casa calma, febrero de 2023.